07 mayo, 2017

Siendo consciente.



Creo que ya son dos años sentándome regularmente a “meditar”. No sabría decir con seguridad si esta práctica me ayuda, pero si no cejo debe ser que percibo que sí. 

Mi meditación es sumamente dispersa pero, por lo que entiendo de mis lecturas, el simple observar la propia mente en su incesante ir y venir, aunque tengamos que retornar mil veces de nuestras distracciones, tiene ya un beneficio.

Quizás el descubrimiento de lo que voy a contar se deba a esta práctica.

A veces, en la vida cotidiana, como nos pasa a todos, me encuentro anticipando el futuro. Imagino –por ejemplo- que le pido un favor a mi mujer, e imagino que ella no me lo quiere dar y entonces durante unos instantes me invade la emoción correspondiente: una oleada de disgusto. ¿Pero si todavía no me ha dicho que no? ¿A qué viene enfadarme con algo que no ha sucedido aún? Es un puro disparate pero es exactamente así como sucede. Seguramente esto ya me pasaba antes, pero nunca había caído en la cuenta porque no observaba lo que sentía. Solo lo sentía. 

Es exactamente como el del chiste. Alguien se dirige a casa del vecino a pedirle prestado el cortacésped. De pronto una ocurrencia le asalta. ¿Y si no me lo quisiera dejar? Mientras camina va rumiando esta posibilidad y se va calentando. Cuando llega a casa del vecino y éste abre la puerta, sin más introducción le grita: “Métete el cortacésped donde te quepa”.

Sobra decir que ser consciente de algo así es una gran liberación: te ahorra disgustos ficticios.

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