La meditación y los demás.
La mujer nigeriana que
cuida a mi padre pasa ratos rezando y leyendo la Biblia. Esta lectura le sirve
para entenderlo porque en la Biblia está escrito -me explica- que el
hombre es niño dos veces. Cuando nace y en la vejez. Mi padre es caprichoso, no
tiene paciencia, le gusta mucho el dulce y cuando está cansado –que es
frecuente- pone voz de llanto.
Una cosa de la que me
siento orgulloso en mi conducta en relación con la meditación y los demás es
que desde el primer día tuve claro que los ratos de silencio no podía ser ratos que perjudicaran a otros. Cuando jugaba al ajedrez en Internet –partidas de
cinco minutos, en las que no podías perder ni unos segundos- me cerraba a los
demás y tuve peleas con mi mujer por eso.
Cuando comencé con la
meditación me hice el propósito de que escuchar el silencio no significaría
anteponerlo a la atención al prójimo. Y así es en general.
El otro día llamó mi padre
para que bajara a su casa justo cuando iba a empezar a meditar.
Pues eso. Que bajé inmediatamente sin plantearme nada más.
Pues eso. Que bajé inmediatamente sin plantearme nada más.
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