ROJO 3
El día que llegué al
Instituto con el pelo teñido fue para mí una fiesta.
Antes de ir a la primera
clase, un montón de alumnos, a los que enseguida llegó noticia, se habían
agolpado ante la sala de profesores para verme salir.
Más adelante, algún
grupo, al final de la clase me pidió si se podían hacerse un selfie conmigo. En
otra clase una alumna me pidió lo mismo, pero ella sola. En un instante se puso
a mi lado, y no tardó ni dos segundos en marcharse feliz con su foto. Para
enseñarla a sus amigos o a sus padres supongo.
Por unos segundo que creí que yo era Mario Casas.
¿Por qué creo que les
gusta a los alumnos una extravagancia como esta? Los adolescentes, aunque tengan
fama de tener una actitud de rebeldía, son muy conscientes de los usos y
costumbres sociales y les parece grave infringirlas. Tienen muy exacerbado el
sentimiento del ridículo y ser censurado por el grupo, si no cumples sus
normas, les parece serio. Con la edad, la espontaneidad del niño ha desaparecido
asfixiada por el corsé de las normas
sociales, pero al contrario que los adultos aún no han hecho de estas normas su
segunda naturaleza, y las viven como
algo impuesto que coarta su libertad.
En sus perfiles
digitales, cuando se presentan a sí mismos, no son pocos los que dicen “estoy
muy loco”, “mis amigos dicen que estoy loco” o similares. Cualquier pequeña
infracción de los convencionalismos sociales les parece salirse del papel que
la sociedad nos marca y en seguida lo califican de loco.
Cuando alguien se sale
del rol de profesor y hace una gamberrada como la de mi pelo, los adolescentes tienen
sentimientos ambivalentes. Por un lado, quizá a los más conservadores, les
moleste que el profesor no respete los usos vigentes, algunos hasta sentirán
vergüenza ajena. Por otro, son muchos los que ven en el gesto una defensa de la
libertad frente a la presión social. No sé trata solo de que estén deseando que
sus padres les dejen tatuarse, ponerse piercing o teñirse. Lo que todos
desearían es poder vivir y vestirse como quisieran sin temor al qué dirán. Si a
alguien le importa el qué dirán es a un joven.
Teñirse el pelo de rojo
es algo profundamente dependiente de los demás. Nadie se tiñe para quedarse en
su casa. Pero ellos no ven esa parte. Solo ven que quien lo hace no parece
tener miedo a la burla, a la maledicencia o al desprecio. En cierto sentido
llevan razón. Hacer algo así es un acto de autoafirmación, y ellos están
deseando reafirmarse. Es decirle al mundo: poned las normas que queráis, yo
hago lo que me parece.
Como acto de
contestación, no se ocurre nada más superficial ni más inocente que lo que he hecho,
y sin embargo, lo que percibe un joven es que es posible vencer uno de sus
temores más profundos: el miedo a la dictadura del grupo.
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