10 noviembre, 2015

Ajustando cuentas.

Aunque deseo que no sea muy frecuente, existe ya un estereotipo, que nos han mostrado las películas, del padre que se siente defraudado con su hijo. Esperaba más de él y cree que no da la talla. Yo he vivido (o viví) algo similar pero con respecto a padre. En determinado periodo de mi vida me pareció que mi padre no estaba a la altura de lo que se esperaba de él. Se supone que él estaba muy descontento con la sociedad injusta en la que vivíamos pero nada hacía por cambiarla. Solo quejarse y contarnos a los demás lo injusto que era el primer mundo dejando morirse de hambre al tercero e lamentos similares. Mi padre me inculcó que teníamos una especie de pecado estructural. Por vivir en el primer mundo y beneficiarnos de sus ventajas, eramos culpables de todos sus crímenes. Yo me creí que esa culpa colectiva debía cargarla sobre mis hombros individualmente y no creo que eso me haya ayudado en la vida.

Si tan mal estaba el mundo ¿por qué mi padre no me enseñó alguna manera de contribuir a su cambio? ¿Por qué solo hablar del pecado y no de la redención? ¿Por qué no hablaba menos y hacía más?

En mi manual de inglés encontré hoy la siguiente cita de O. Wilde.

Los niños empiezan amando a sus padres; después los juzgan, rara vez los perdonan.

Creo que en gran parte he perdonado a mi padre. Hubo un tiempo en que lo combatí con todas mis fuerzas. Lo de matar al padre a mí me costó mucho y al pobre hombre le tocó pagar las consecuencias de mi lucha. Supongo que creí que podía educarlo yo a él. Llegó un momento en que me di cuenta que a veces le reprochaba cosas, no porque creyera que iba a cambiar sino con intención de herirlo. Desde entonces decidí que ya solo lo corregiría cuando mi corrección fuera a hacerle algún bien.

Mi mirada crítica y despiadada sobre él es la misma que he tenido siempre sobre mí mismo. Y empecé a ser comprensivo con él cuando comencé a serlo conmigo. “Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.” En mi caso esto ha sido verdad desde un punto de vista psicológico. Cuando me he hecho menos intolerante con los demás he sabido perdonar mis faltas. O viceversa. No sé qué ha sido primero, pero han ido a la par.

Mi madre me metió en la cabeza (soy el mayor) que yo era igual que mi padre. Si aquello era así, y yo lo creía entonces, todos sus defectos, y veía muchos, eran los míos. Los odiaba en él y en mí. Lo odiaba a él y a mí mismo. Eso cambió hace tiempo. Comencé a quererme más y a quererlo más. El camino no ha terminado pero he avanzado mucho. Cuando lo juzgo, creo que soy con él bastante más clemente que mis hermanos.

1 comentario:

  1. No es fácil ser padre, y tampoco lo es ser hijo. Estos días tengo conflictos con mi hija pequeña y me doy cuenta de que la censuro de un modo autoritario, sin comprender sus circunstancias ni considerar su sensibilidad. Está en una edad difícil (tiene dieciséis años) con todo lo que ello supone. Ayer mi mujer me hizo reflexionar sobre ello y sentí vergüenza por mis críticas destempladas porque ella no hace demasiado en casa y acostumbra a escaquearse, especialmente porque tiene tal obsesión con el estudio que utiliza todo el tiempo (cada día 6 o 7 horas) para preparar materias del instituto. Ha sido inútil todo lo que le hemos dicho sobre que no queremos que saque dieces a costa de su salud. Va incluso a una psicóloga para ayudarla. Soy demasiado estricto y sarcástico. La frase que nos has traído de O. Wlide me ha hecho pensar sobre mi actitud. Raramente los perdonan. Es lo que te pasa con tu padre del que en cierta manera eres una prolongación, tal vez por eso tienes ese conflicto con él. Aun así eres el más clemente de tus hermanos. Imagino que eres padre. No sé si hablas de este tema alguna vez. No hace tanto que te leo con asiduidad. Uno se estremece ante la responsabiliad que adquiere con sus hijos, tanta que se puede pensar, como se dice, que es necesaria la muerte del padre para arreglar dichos conflictos. Hay un libro de Klaus Ove Knausgard que forma parte de una tetralogía que se llama precisamente La muerte del padre, aunque para aquilatarlo mejor hay que leer también La isla de la infancia para darse cuenta de quién había sido su padre para él. Terrible relación con tintes psicoanalíticos. Yo solo una vez le dije a mi padre que me sentía orgulloso de él y fue una hora antes de morir tomando su mano entre la mía. La nuestra había sido una relación tormentosa por múltiples motivos. Este reconocimiento de sentir orgullo de él y habérselo dicho una hora antes de morir, cuando él ya no sé si entendía, me consuela. No fue dicho por cumplir sino que me salió espontáneo con una carcajada. Me alegraría que esto le ayudara a pasar al otro lado, si es que hay otro lado. Aun así no me gustaría volvérmelo a encontrar. Alguien dice que cuando mueres te vienen a buscar tus antepasados. Ja. Que no vengan.

    Sin duda es una relación muy compleja la que tienes con tus padres. Yo tuve la suerte de que murió hace veinticuatro años y eso me ha dado mayor perspectiva y no tener que vivir con esa contradicción. Mi madre murió hace cuatro años y me liberó en buena partes de la carga ominosa que suponía. Y sí, hay ciertas cosas que solo se reconfiguran con la muerte de los progenitores. Y yo me doy cuenta de lo injusto que soy con mi hija. No es que no se merezca la reconvención pero soy demasiado estricto y ácido. ¿También necesitará que muera para liberarse de mí?

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