Nuestro gato sigue sin nombre.
Nuestro gato sigue sin tener nombre. Pero cada vez lo
queremos más. Resulta llamativo lo mucho que mi mujer disfruta mirándolo. Si
hace unos meses me lo hubieran dicho no lo habría creído.
Ese cariño a un animal tiene que ver con el instinto
maternal. Según Eric From, el amor maternal es el amor al desvalido, al que
depende de nosotros. A aquel al que podemos dar mucho, sin que él, en principio,
nos lo pueda devolver. Creo que eso es lo que despierta nuestro cariño. Ya sé
que los gatos se creen autosuficientes, pero el nuestro ha salido poco gato,
siempre busca nuestra compañía.
Además hay un extraña atracción hacia otro ser vivo distinto
de un ser humano. Aún habiendo mucho que nos separa, parece que tuvieramos algo
importante en común. Es un modo vívido de establecer un vínculo con la
naturaleza.
La dueña de un perro, hace años, ante las muestras de
alegría del animal, me decía “quién va a haber que me quiera más”. La frase me
sigue pareciendo un profundo error. El amor humano, por poco que sea el que
alguien nos tenga, es incomparable. Una mascota podrá darnos compañía y
todo lo que se quiera, pero solo un igual puede tratarnos como humanos y hacernos
sentir como tal. A lo mejor es eso, precisamente, lo que buscamos en el animal, un afecto que nunca pueda juzgarnos ni cuestionar nuestra conducta.
Pero lo mismo que te digo una co, te digo la o.
Un
americano, uno de mis antiguos contactos por Skype para hablar inglés, se
quería tatuar una imagen de su perro, ya desaparecido. Oí aquello con respeto,
pero, qué queréis que os diga, no lo comprendía. Hoy estoy más cerca de
entenderlo.
Nuestro gato sigue sin nombre. Muchas veces lo llamo “Conejo”.
Espero que no tenga un día por mi culpa una crisis de identidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario