16 marzo, 2015

El efecto de mis pastillas.

El efecto que producen los ansiolíticos/antidepresivos en mí, también lo he visto en otros, es que me hacen más tolerante. Cosas cotidianas que normalmente me irritan, me enfurecen, me hacen sentir mal, casi desaparecen. La queja viene a veces al pensamiento, pero avanza muy lenta y no llega a la boca. No merece la pena, la dejo pasar.

Y otra sensación quiero describir: Una pastilla de Lorazepam te hace sentir a gusto con el mundo. No hay problemas. Todos está bien. No hay que luchar por nada. Nada te amenaza, nada malo va a suceder. Todo está bien. Todo es paz. Te gustaría que esa sensación durara siempre.


Menos mal que nunca he probado la heroína. No sé si podría no repetir.

2 comentarios:

  1. Jajajaja, la ración de soma diaria necesaria para aguantar la vida. Supongo que hay caracteres más frágiles e inestables que otros. Cuando veo a los políticos, ese grupo profesional que vive gracias a nosotros, y considero las tensiones con que tienen que vivir, me da que yo no podría haberme dedicado a eso. ¿Cómo puede dormir un presidente de gobierno si yo siendo presidente de la escalera ya me aflijo? Y somos tres vecinos (y uno no paga). Supongo que vivimos las tensiones de modo distinto. Tú hablas de que hay cosas que te irritan, que te enfurecen, que te hacen sentir mal. Yo lo entiendo porque siento los mismos síntomas. Las pastillas son una suerte de muletas emocionales para soportar la tensión diaria. Tengo diarios desde hace muchos años. Leo mis anotaciones de hace quince o veinte años en que no tomaba nada, y veo la oscuridad de mis estados emocionales, un sufrimiento emocional que me hacía ver todo negro y del que me costaba mucho salir (y no lo lograba). Era mi modo natural de ver el mundo: entre la euforia y la depresión. Supongo que es algo endógeno, tal vez genético como mi calvicie. Por eso cuando leo que hay gente que se ufana de su optimismo, de ver el vaso medio lleno, de considerar lo positivo de las cosas, que censura a los pesimistas por masajes, yo les enviaría directamente a un lugar que huele mal. Uno no elige su optimismo. Viene de serie por código genético. Los que no lo hemos recibido de serie, hemos de medicarnos para conseguir un estado como el que describes en que aumenta la tolerancia, y la resiliencia (que se dice) ante la imperfección de la realidad. La diferencia entre tú y yo es que yo no tomo ansioíticos. Nunca los he tolerado. Me hunden, me desploman, me dejan sin defensas, distendido totalmente y no me gusta. Quiero un nivel de reacción. Es el efecto del antidepresivo el que me permite vivir sin angustia. Leo mis reflexiones anteriores a esto y me dan miedo. ¡Qué terror ante la vida! ¡Qué sentimiento de autodestrucción más obsesivo!

    Por contra la heroína no me hubiera tentado nunca, pero sí que reconozco que si hubiera tenido a mi alcance anfetaminas, me hubiera sido difícil no hacerme adicto a ellas. Recuerdo mis tiempos de estudiante en que tomaba media dexidrina y me pasaba toda la noche concentrado maravillosamente leyendo libros disfrutando. Lo cierto es que me cuesta mucho concentrarme y aquello me llevaba a ser feliz por el placer intelectual que me suponía estar ocho horas inmerso totalmente en algo que de modo natural me era imposible.

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  2. Las pequeñas cosas de la vida. La pequeña molestia en la rodilla al darme la vuelta en la cama, el pequeño catarro que no acaba de irse, el pequeño sonido de la fuga de agua que llega desde el cuarto de baño, el pequeño agravio de X esta mañana, que persiste en la memoria, el pequeño mosquito que zumba en la habitación, la pequeña picadura del mosquito en el hombro, el pequeño picor de la picadura, la pequeña pastilla que voy a tomar ahora mismo para olvidarme de las pequeñas cosas de la vida.

    I. Uriarte. Diarios.

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