Con mi madre en la residencia.
Voy a ver a mi madre casi todos los días. Su humor pasa por
momentos distintos sin que conozcamos un motivo que lo justifique. Ya era así
en casa en los últimos tiempos. Unas veces llora, otras está como enfadada, hay
días que tiene mejor humor y dice frases incoherentes como si mantuviera una
conversación.
Cuando bajamos al salón del primer piso nota el frío en los
pasillos más frescos, por eso le pongo un abrigo cuando paseamos hasta allí. La
llevo de la mano pues cada vez le cuesta más andar. Tiene artrosis en las
rodillas pero si le preguntas si le duelen dice que no. Cuando estaba cuerda se
quejaba. Unos días va más lenta, su velocidad también depende de su humor. A
veces tiene un pequeño traspiés, como una inseguridad y parece que se fuera a
caer. Tras eso siempre se sonríe, como si quisiera quitarle importancia, como
si no fuera una muestra repetida y desoladora de lo torpe que está.
Tras cada visita
informamos a los demás con guasaps cortos. “Hoy no hay manera de que se
consuele” “Hoy está como dormida, casi no anda”. “Cuando llegué lloraba pero ya
está tranquila”. “La dejo cenando, hoy le dan en la habitación”.
Hoy, al subir del paseo habitual, la auxiliar me dijo que se
había orinado. Por lo visto los pañales no absorbieron todo y se notaba el
pantalón de chándal mojado. Yo no me había enterado. Quizás acabara de hacerlo.
Te sientes bien cuando se sonríe. Aunque reír ya no ríe
nunca.
Doloroso.
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