31 enero, 2015

Mi padre y la ausencia de mi madre.

Atravesamos una fase de cierta estabilidad con mis padres. Lo peor son los momentos de crisis y ahora la cosa está tranquila. Mi madre está cuidada en la residencia y mi padre también con las mujeres que le hacen la comida y limpian la casa.

Todos nos preguntamos cómo llevará él la ausencia de ella. Llama a la residencia para preguntar y se interesa por lo que le contamos de nuestras visitas, pero por otro lado se ha quitado un peso de encima y lo agradece. La vida juntos al final era muy difícil, pues aunque tuvieran ayuda, por las noches él se quedaba solo con ella.

No ha ido a verla aún, porque le cuesta mucho salir de casa y sabe que ella, dado lo avanzado de su demencia ni pregunta por él ni lo echa de menos. No sé si los ancianos se hacen más egoístas. Quizás sea una cuestión inevitable para economizar la energía, en una edad en la que no sobra. Mi padre, con 93, bastante tiene con sostener su cuerpo, buscarse lecturas para mantenerse vivo, bajar a por el pan, dolerse de los ojos y despotricar contra alguien alguna vez. Su reacción ante la marcha de mi madre algunos hermanos la tachan de egoísta, pero ¿puede acaso responder de otro modo? Imaginemos que comenzara a entristecerse más y más, poco a poco, debido a su ausencia. Sería bonito y romántico, pero desde luego fatal para su salud. Y peor para todos.

Él dice sentirse como un viudo y que es triste pensar que ella no volverá a casa. Pero no parece que realmente eso afecte a su estado de ánimo. Por otro lado, ya digo, es mucho mejor.

Tenemos el plan de que la semana que viene lo llevaré un día a verla. 

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