21 diciembre, 2014

El gato.

Iñaki Uriarte escribió de un modo tan atractivo sobre su gato que sembró en mí la semilla del deseo.


A mi mujer no le pareció mal la posibilidad de tener uno y hace unas semanas surgió la oportunidad. 
Se trataba de un pequeño gato callejero que se presentaba todos los días en el patio de unos amigos que ya tienen dos. Debe haberse criado en un primer momento entre humanos y busca su compañía.

Llegó a casa ayer en un trasportin, cuando ya habíamos comprado el arenero, la arena, la comida y los comederos. Aunque le dejamos la puerta abierta, tardó un rato en salír del traspotin y no quiso probar una lata de comida muy rica que le ofrecíamos en la puerta. Luego poco a poco salió fuera y se refugió en un rincón del salón desde el que estuvo observándolo todo. Al rato accedió a comerse la lata de comida que yo le acerqué. Apenas le he visto beber agua.

Sería la una de la mañana, cuando tras estar en la cama un rato y como estaba un poco desvelado, me levanté a estar con él. Me senté en el sofá y al poco se acercó a mi ronroneando. Lo acaricié un rato largo. Era la primera vez que lo hacía. No solo a él. Quizás la primera vez en 30 o 40 años que acariciaba un gato. Hay gatos huidizos. No es el caso de este. Se hace querer. Anoche ya me ganó con aquella muestra de confianza dejándose acariciar y siendo él el que vino a mí. 

Aunque habitualmente tendremos la arena en un pequeño cuarto de aseo (estamos pensando hacerle una gatera a la puerta) anoche, al principio, para ver si aprendía, había puesto el arenero en el salón. De pronto lo vi cómo se ponía a hacer sus necesidades. No se me había ocurrido que las cacas de los gatos oliesen tan mal. ¡Qué olor! ¡Qué asco! Parecía que un humano se lo hubiera hecho en el salón. Eso sí. Inmediatamente lo tapó. 

Toda la gente que tiene gatos habla maravillas de ellos. Dice que dan paz. Si se trata de eso, a mí, mal, no me vendría. Creo que nos vamos a entender. 

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