21 enero, 2016

El escándalo de la Cruz.

Me encontré a mi madre acostada a las siete menos venticinco. Normalmente la llevan a la cama a las siete y media, que es cuando me marcho si voy a verla. A las ocho le dan de cenar ya acostada.


La mitad de la cama estaba levantada y ella incorporada. Como está nerviosa se había sacado una de las mangas del camisón y espanta ver lo delgada que está. También había revuelto las sábanas y la manta.

Si quería darle el paseo habitual tenía que llamar a las auxiliares para que soltarán un cinturón especial que la sujeta y luego vestirla un poco. Me parecía molestar y decidí no hacerlo. A la vez me producía malestar encontrar a mi madre sola en su cuarto de aquella manera pero... me tragué el disgusto. Mientras le colocaba de nuevo el camisón y rehacía su cama, se puso a llorar. Hacía varios meses que no la veía llorar. Le di besos y la abracé...

Verla sufrir allí sola me descoloca de nuevo y cuando me creía que ya tenía asimilada su enfermedad y la decrepitud me doy cuenta de que nada de nada.

Llevaba yo algún mes más tranquilo. Al día siguiente de suceder lo que cuento, le eché una bronca monumental a un alumno que le sopló la respuesta a otro al que yo le estaba preguntando. 

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