25 julio, 2015

Ejercicio literario en tono romántico.

A veces el destino nos tiene reservadas grandes alegrías aguardando en el inocente viaje de un transporte público. 

Era teenager, rubia y alemana. Su padre se sentó frente a mí en el autobús y ella se acomodó en una de sus rodillas. No podía dar crédito. Una mujer preciosa mostrando unas piernas perfectas sentada delante de mí. Su pantaloncito corto, muy personal, era de tela granate con dos pequeños bolsillos a los lados que se cerraban con cremallera. Su nicky blanco le ceñía el talle y se abría en un cuello amplio que dejaba ver algún lunar aquí y allá. Unos pequeños dibujos de tres flechas que se cruzaban orientadas hacia arriba constituían el estampado del nicky. Un pequeño bolso, también original y discreto, se cruzaba en bandolera y reposaba sobre su regazo.

El color dorado y terso de sus piernas no se puede comparar con nada. Y si es cierto que la presión de la parte superior del muslo al apoyar sobre su padre mostraba una pequeña deformación y aparecía un centímetro de piel de naranja, aquello no hacía sino añadir mayor belleza al conjunto mostrando que era humana, que no era una modelo, ni un angel, ni una diosa. Era una mujer real y podía contemplarla porque estaba delante de mi, a escasos centímetros. Al sentarse, su proximidad hizo que nuestras piernas se rozaran un instante, contacto que ambos evitamos enseguida y que no se volvió a repetir.

Al infierno el hermoso empedrado de Lisboa, sus animadas calles y sus bellos y decadentes edificios. Al diablo el Castillo de San Jorge y la Sé, la plaza del Marqués de Pombal y todo al diablo. ¿Para qué el arroz de marisco y las frías cervezas en Avenida da Libertade? ¿Qué más da Pessoa y todos sus heterónimos si lo más precioso de la tierra está delante de ti y puedes admirarlo durante un rato?

Sus piernas eran… ¿pero qué decir de sus ojos de un color imposible? No eran azules, ¿verdes, quizás?, pero su claridad enamoraba con solo verlos. Eran muy claros, casi transparentes. Diría que eran glaucos, si supiera qué color es ese. Eran la luz del mundo. Es maravilloso lo bonitos que pueden llegar a ser unos ojos. Dos perlitas redondas, sin piercing añadidos, adornaban sus orejas.

Fueron diez minutos, quizás quince. No es mucho pero ¿acaso no son suficientes unos instantes de dicha para colmar de sentido la vida de un hombre? .

3 comentarios:

  1. Kafka:
    EL PASAJERO
    Permanezco de pie en la plataforma del travía, completamente inseguro respecto a mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera podría precisar las pretensiones que estaría en condiciones de alegar con derecho. Me es absolutamente imposible defender que esté aquí de pie agarrado al asidero, que me deje llevar por este vagón, que la gente evite el tranvía o pase de largo en silencio o que descanse frente a la ventana. Nadie lo reclama de mí, es cierto pero eso es indiferente.
    El tranvía se aproxima a una parada; una muchacha se acerca al peldaño, dispuesta a subir. Aparece ante mí, con tal claridad que me parece haberla tocado. Está vestida de negro, los plieges de la falda apenas se mueven, la blusa, que acaba en cuello de punta de redecilla blanco, se ciñe al cuerpo, la palma de la mano izquierda se apoya en la pared, el paraguas, en la mano derecha, permanece apoyado en el segundo escalón. Posee un rostro moreno; la nariz, débilmente aplastada en los laterales, termina en una forma redondeada y ancha. Tiene pelo castaño abundante y algunos cabellos cubren la mejilla derecha. Su oreja pequeña queda pegada a la cabeza; no obstante, como estoy cerca, puedo ver la parte trasera del lóbulo y la sombra de la raíz.
    En aquel instante me pregunté: ¿cómo es posible que no quede maravillada ante sí misma, que permanezca con la boca cerrada y no diga nada que exprese su asombro?.

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  2. Kafka:
    EL PASAJERO
    Permanezco de pie en la plataforma del travía, completamente inseguro respecto a mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera podría precisar las pretensiones que estaría en condiciones de alegar con derecho. Me es absolutamente imposible defender que esté aquí de pie agarrado al asidero, que me deje llevar por este vagón, que la gente evite el tranvía o pase de largo en silencio o que descanse frente a la ventana. Nadie lo reclama de mí, es cierto pero eso es indiferente.
    El tranvía se aproxima a una parada; una muchacha se acerca al peldaño, dispuesta a subir. Aparece ante mí, con tal claridad que me parece haberla tocado. Está vestida de negro, los plieges de la falda apenas se mueven, la blusa, que acaba en cuello de punta de redecilla blanco, se ciñe al cuerpo, la palma de la mano izquierda se apoya en la pared, el paraguas, en la mano derecha, permanece apoyado en el segundo escalón. Posee un rostro moreno; la nariz, débilmente aplastada en los laterales, termina en una forma redondeada y ancha. Tiene pelo castaño abundante y algunos cabellos cubren la mejilla derecha. Su oreja pequeña queda pegada a la cabeza; no obstante, como estoy cerca, puedo ver la parte trasera del lóbulo y la sombra de la raíz.
    En aquel instante me pregunté: ¿cómo es posible que no quede maravillada ante sí misma, que permanezca con la boca cerrada y no diga nada que exprese su asombro?.

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  3. Kafka:
    EL PASAJERO
    Permanezco de pie en la plataforma del travía, completamente inseguro respecto a mi situación en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera podría precisar las pretensiones que estaría en condiciones de alegar con derecho. Me es absolutamente imposible defender que esté aquí de pie agarrado al asidero, que me deje llevar por este vagón, que la gente evite el tranvía o pase de largo en silencio o que descanse frente a la ventana. Nadie lo reclama de mí, es cierto pero eso es indiferente.
    El tranvía se aproxima a una parada; una muchacha se acerca al peldaño, dispuesta a subir. Aparece ante mí, con tal claridad que me parece haberla tocado. Está vestida de negro, los plieges de la falda apenas se mueven, la blusa, que acaba en cuello de punta de redecilla blanco, se ciñe al cuerpo, la palma de la mano izquierda se apoya en la pared, el paraguas, en la mano derecha, permanece apoyado en el segundo escalón. Posee un rostro moreno; la nariz, débilmente aplastada en los laterales, termina en una forma redondeada y ancha. Tiene pelo castaño abundante y algunos cabellos cubren la mejilla derecha. Su oreja pequeña queda pegada a la cabeza; no obstante, como estoy cerca, puedo ver la parte trasera del lóbulo y la sombra de la raíz.
    En aquel instante me pregunté: ¿cómo es posible que no quede maravillada ante sí misma, que permanezca con la boca cerrada y no diga nada que exprese su asombro?.

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