13 junio, 2014

Enfrentar al alumno a su responsabilidad.

A veces los profesores dicen a los alumnos: "Que sepas que el  que se beneficia si estudia eres tú, no yo. Yo casi no me perjudico si tú no estudias. Sigo cobrando mi sueldo con independencia de que tú apruebes o no."

Seguro que habéis oído este argumento en vuestros días de estudiante.
Este discurso no gusta nada por lo general al alumnado. Se  sienten abandonados. A mí me lo cuentan desolados. “Tal profesor dice que a él le da lo mismo si aprobamos o suspendemos.” Lo cierto es que también yo he dicho alguna vez eso en clase.

No les falta cierta razón. La labor del profesor no es simplemente explicar la asignatura y se acabó, su objetivo es que el alumno la aprenda. Y si no lo consigue está fracasando y no está completando su trabajo. Pero, a la vez, el alumno tendría que entender qué quiere decir el profesor cuando dice eso.
El profesor se siente, en ocasiones, como alguien que quiere llevar al alumno a un lugar que este no quiere ir. Está tirando de él pero el alumno se hace el remolón. De pronto el profesor se cansa. ¿Pero qué hago aquí esforzándome por el bien de alguien que no quiere su propio bien?

Y lo que quiere el profesor, cuando argumenta de esa manera, no es mostrar que desprecia el bien del alumno, sino por el contrario hacer ver el desprecio que el alumno parece tener hacia su propio bien. 
El profesor enfrenta al alumno a una pregunta incómoda: ¿Qué pasa si yo me desentiendo de buscar tu beneficio? ¿Qué sucede si lo dejamos todo a tu propio interés? Yo ya ya me cansé de intentarlo, ¿Quieres TÚ tú bien o no? 

Esto es incómodo porque les enfrenta a su responsabilidad y prefieren que otros velen por su bien mientras ellos pueden descuidarlo.

Creo que ya lo he contado en algún otro lugar. Un día, ya mayorcito, mi hijo nos sorprendió, al salir del water, con la siguiente petición: "Mamá, oblígame a comer naranja, que estoy estreñido". En lugar de hacernos responsables queremos que sea otro quien vele por nuestro bien. Y para poder vivir desentendidos y perezosos... ¡que nos obligue!

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