Motivación de logro.
El domingo, estando en la plaza
mayor, trabé conversación con una pareja
de americanos cuando esperaba que un pequeño grupo de música comenzara a
actuar. Se trataba de una pareja un poco mayor que yo, estaban andando el camino
de Santiago desde Sevilla y ese día lo habían pasado descansando en la ciudad.
Todo comenzó porque, sentados a mi lado, me vieron leer en inglés en el Kindle.
Scott parecía muy orgulloso de que Amazon, la empresa que vende el ebook, tenga
su sede en Seatle, la ciudad donde él vive.
La conversación se prolongó
durante 20 minutos y la mujer, que se llamaba Stefanie, sabía hablar un poco de
español.
Se me ocurrió que para practicar
inglés, quizás, podía volver a juntarme con ellos otro día puesto que ellos
avanzaban lentos y tardarían en alejarse de Salamanca. Quedamos en que, para
continuar nuestra charla, los visitaría en Zamora si ellos me avisaban desde
allí el día que llegaran.
En efecto, el miércoles recibí un
mail de que podía ir a verlos al Hostal la Reina, en la plaza de San Miguel a
las 7 o 7:30 y allí que me fui.
Con el inglés me sucede algo
extraño. Lo comencé a estudiar a los diez años, porque hice inglés en el antiguo
bachillerato, que empezaba a esa edad y algún día en las primeras semanas de
aquel curso fui llorando a mi padre diciéndole que aquello me parecía imposible
de aprobar. Me parecía especialmente difícil la pronunciación. Recuerdo que mi
padre intentó ayudarme poniéndome las primeras lecciones de una pequeña
colección de discos que tenía. Recuerdo haber escuchado los números
varias veces para aprender la pronunciación.
Luego tuve que estudiar de nuevo
inglés, en primero de Magisterio. Como me costaba tanto lo dejé para aprobarlo
en el último curso, que lo hice en un cuarto año -entonces eran tres- junto con alguna otra
asignatura que me quedó pendiente.
¿Por qué digo todo esto? Porque
mi autoestima mejora cada vez que puedo hacer algo como lo del otro día. Hace seis
o siete años no hubiera podido creer que fuera yo el que estaba hablando con una pareja de americanos, todo el rato en inglés y entendiendo
casi todo.
Para mí, conseguir tener algún
amigo extranjero (ya sabéis la generosidad con la que los americanos usan esta
palabra) es como ponerme una medalla en la pechera. Es realmente bobo que le dé
tanta importancia a algo así, pero no puedo evitarlo. Supongo que ya me habéis
visto otras veces presumir de mis contactos por Skype. Hablando inglés me
siento el hombre más poderoso del planeta. Aunque nadie lo note me siento como si fuera Napoleón.
Aunque quizás no sea buen ejemplo porque no se llevaba bien con los ingleses
¿no?
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