13 septiembre, 2015

Sobre gatos, otra vez.

Los gatos capados cuando pelean con otros gatos no se enfrentan, por esa razón se llevan los arañazos o los mordiscos en el culo. Los gatos enteros los reciben en la cara. Nos lo explica el veterinario cuando llevamos a Conejito, que tiene una herida en el anca que le duele si le tocas. Un gato castrado no “sobrevive” en la calle. No sabe defender su territorio. El gato de un amigo que vivía en el jardín de casa dejaba que los forasteros le comieran la comida de su plato.

Me llama la atención este determinismo biológico. Sin las hormonas correspondientes no hay agresividad. ¿No habrá en las personas determinismos similares? No me refiero al sexo. Me refiero a cualquier conducta. 


Es verdad, que ahora, tras la estirilización, el gato vive más tranquilo en casa, pero al mismo tiempo me da un poco de pena. Lo hemos hecho un gato cobarde, un gato de segunda, un gato que nunca podrá imponerse en el mundo de los gatos.




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Los gatos son territoriales, los perros no. Los gatos no se sienten más seguros junto a su amo. Los perros sí. Han hecho experimentos. Enfrentan a gatos a situaciones de peligro, solos, en compañía de un extraño y con el dueño.  En las tres situaciones el nivel de estrés es prácticamente el mismo. El dueño significa mucho más para un perro que para un gato. 




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Desde que tenemos dos gatos, las personas cada vez significamos menos para Conejito. La compañía y el juego que necesita lo encuentra en Zepan. Se llevan bien y es como si el adulto hubiera adoptado al pequeño. Lo lame mucho. El pequeño no lame al grande. Al mismo tiempo, al tener dos, nuestro cariño se ha divido. Al no haber un único foco de atención... parece que los quisiéramos menos.


1 comentario:

  1. Desde luego que parece que quisieras idear una especia de Gatomaquia como la que compuso Lope de Vega en 1634, un año antes de su muerte, con el pseudónimo de Tomé de Burguillos. Es un poema épico entre gatos de carácter paródico. La Wikepedia lo resume así:

    El argumento presenta a Zapaquilda, bella felina y amada de Marramaquiz, convertida en una paródica Helena de Troya, y presa de las gracias del pulcro Micifuf. Tras peripecias irónicas, serenatas, retos e intentos de encantamiento, finalmente Marramaquiz rapta a Zapaquilda el día de su boda con Micifuf. Se declara la guerra entre los mininos y el Olimpo divide sus preferencias. Finalmente, Marramaquiz muere durante una salida para buscar comida, a manos de un cazador y el final feliz acontece entre Zapaquilda y Micifuf. La obra ha merecido juicios dispares. Mientras la generalidad de la crítica alaba las virtudes líricas del monstruo de la Naturaleza y el tono gracioso y al tiempo sentimental del poema, otros han puesto de manifiesto un cierto tono de licencia y de vacío.

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