Obsesión con el gato.
Mi hijo dice que estoy obsesionado con el gato. ¿Cuándo he
vivido yo algo sin pasión?
Mi gato no maulla mucho, pero cuando lo hace es una delicia.
Ahora en Arenas duerme durante la mañana en la buhardilla que está casi en
completa oscuridad. De vez en cuando, subo sin encender y mientras mis ojos se
están acostumbrando a la escasa luz que entra por las rendijas escucho su
maullidito de saludo. No es propiamente un miau, es como un gruñidito muy suave,
pero muy expresivo. Cuando llego a la cama sobre la que está tumbado, casi sin salir de su sueño se da la vuelta mostrando el pecho para que lo acaricie. Yo
lo hago durante unos segundos mientras susurro unas palabras cariñosas y me
bajo otra vez a mis cosas.
Por las noches a la una o las dos de la mañana, después de
sus largas excursiones por los jardines ajenos y la zona común, llega a casa
cuando aún leemos en la cama. También se anuncia con un maullido
entrañable, se sube de un salto a la cama, pasa por encima de nuestras piernas y
luego se sienta en alfeizar de la ventana abierta. Allí se pasa un rato
escrutando la noche tranquila. Una farola ilumina la madreselva de enfrente,
pero por más que miro no veo moverse nada de interés, y no puede explicarme a
qué presta tanta atención.
Mi mujer no respeta nunca su voluntad. Cuando le apetece
estar con él, lo agarra, se sienta y se lo planta encima para acariciarlo un
rato. Él casi siempre da muestras de no querer estar allí pero ella lo sujeta y
lo acaricia hasta que se cansa de retenerlo contra su voluntad. Yo no disfruto
de esa manera, me gusta que sea él quien venga a mí. Como eso no sucede cuando yo quiero, el mejor momento
es por las mañanas, cuando me levanto. Nada más que abro la puerta del dormitorio se aproxima estirándose, primero las patas delanteras y luego las traseras. Yo voy al servicio un momento y cuando vuelvo a la cama para remolonear un poco
antes de comenzar el día, él se aposenta sobre mi pecho y allí se pasa un rato
ronroneando mientras lo acaricio, hasta que me decido a levantarme para echarle
comida o abrirle la puerta del jardín.
Son momentos felices que hace un año no podía siquiera
imaginar.
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En El poder del ahora se dice: He tenido varios maestros Zen, todos gatos.
:)
:)
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