22 mayo, 2015

¿Por qué nos recreamos en la tristeza?

¿Por qué nos gustan las músicas tristes? ¿No es la tristeza un sentimiento desagradable?

En alguna parte leí que una persona triste se siente mejor tras escuchar una melodía melancólica.

Se me ha ocurrido que quizás por eso están tan extendidos los modos de pensar nihilistas y pesimistas. Siguen viviendo, pero todos parecen sostener que lo racional es que la vida no tiene sentido. ¿No será que la gente disfruta lamentando lo amarga que es la vida?
Aunque exista Walt Whitman para recordarnos que no, parece que la amargura fuera más hermosa que la alegría. Esa pose es también algo romántica y adolescente. ¿No?

Un ejemplo de hermoso texto nihilista es este de Cernuda en Ocnos. Disfruté leyéndolo muchas veces de joven. Lo curioso es que me lo recomendó mi padre que siempre ha sido muy creyente. 

“Escrito en el agua”

             Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años, a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar inmutable, los accidentes idénticos de mi vida. Si algo cambiaba, era para volver más tarde a lo acostumbrado, sucediéndose todo como las estaciones en el ciclo del año, y tras la diversidad aparente siempre se traslucía la unidad íntima.
             Pero terminó la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se arruinaban. Como entonces me poseía el delirio del amor, no tuve una mirada siquiera para aquellos testimonios de la caducidad humana. Si había descubierto el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu, ¿que me importaba lo demás? Más apenas me acercaba a estrechar un cuerpo contra el mío, cuando con mi deseo quería infundirle permanencia, huía de mis brazos dejándolos vacíos.
             Después amé los animales, los árboles (he amado un chopo, he amado un álamo blanco), la tierra. Todo desaparecía, poniendo en mi soledad el sentimiento amargo de lo efímero. Yo solo parecía duradero entre la fuga de las cosas. Y entonces, fija y cruel, surgió en mí la idea de mi propia desaparición, de cómo también yo me partiría un día de mí.
            ¡Dios!, exclamé entonces, dame la eternidad. Dios era ya para mí el amor no conseguido en este mundo, el amor nunca roto, triunfante sobre la astucia bicorne del tiempo y de la muerte, Y amé a Dios como el amigo incomparable y perfecto.
            Fue un sueño más, porque Dios no existe. Me lo dijo la hoja seca caída, que un pie deshace al pasar. Me lo dijo el pájaro muerto, inerte sobre la tierra el ala rota y podrida. Me lo dijo la conciencia, que un día ha de perderse en la vastedad del no ser. Y si Dios no existe, ¿como puedo existir yo? Yo no existo ni aun ahora, que como una sombra me arrastro entre el delirio de sombras, respirando estas palabras desalentadas, testimonio (¿de quién y para quién?) absurdo de mi existencia.

3 comentarios:

  1. Yo no creo que la gente se recree en la tristeza, más bien se tiende a hacer lo contrario, a manifestar lo contrario, solo tienes que ver facebook en que todo el mundo ríe o se lo pasa bien o come a dos carrillos. La gente tiende a expresar momentos aparentemente dichosos, pero ¡ay! si los miras en esos instantes antes de la pose, en esos momentos de descuido antes de poner la máscara. Para mí la tristeza es un lenguaje mucho más universal que la risa. Tal vez sea porque yo no sé reír. Lo he olvidado. La predisposición a la melancolía no es una recreación voluntaria ni una pose romántica al menos en lo que yo sé. Tiene mucho de herencia genética, de química del cerebro, de adaptación al medio. No sé. No se elige ver el vaso medio lleno o medio vacío. Me joden los optimistas porque creen que tienen algún mérito en ello. Quia. Pura genética y química. Lo que somos está decidido ya antes de nacer. Al menos en un altísimo porcentaje. Pero se puede ser feliz en medio de la tristeza. Y se puede ser infeliz en medio de la risa. Es un modo de estar en el mundo. Ni mejor ni peor que otros. No he tenido paciencia para leer el texto de Cernuda. Tal vez en otro momento. Cuando veo o leo a un triste me siento atraído. En la tristeza no suele mentirse. En la euforia sí. Me refiero a la tristeza honda, inmotivada, preexistente, esa dulce compañía de que habló Antonio Machado en muchos de sus poemas tristes.

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  2. ¡Caramba! Joselu, te poerdes lo mejor del post. Lee lo de Cernuda...

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  3. Sí, es muy exacto de un sentimiento que existía en el siglo XX y que podemos relacionar con el existencialismo que lo nutrió aun inconscientemente. No podemos aferrarnos a nada puesto que todo es transitorio y efímero. Pero nosotros nos obstinamos en buscar algo que sea permanente. Pero Dios no existe. En el siglo XX, en el momento que escribió Cernuda, esto era una percepción que producía angustia. A mí me la produjo. Yo tuve una intensa crisis espiritual durante mis años de adolescencia y entrada en la juventud. Hoy no creo que exista esto. La existencia de Dios se da por amortizada. Vivimos al margen de Dios y esta constatación nos lleva al desamparo espiritual, a la contemplación radical de absurdo de nuestra existencia. Sin embargo esto produce una angustia latente, no consciente, que se revela en nuestro pánico a la muerte, al alejamiento de todo que nos recuerde definitivamente nuestra transitoriedad, nuestra caducidad. Llenamos la vida con cosas, con consumo, con experiencias, con redes sociales y evitamos reflexiones sobre el sentido. En el fondo hay un gran vacío en que resuenan estentóreamente nuestros gritos de impotencia, una profunda sensación de hueco. No podemos aferrarnos a nada, ni a nuestro ego, el más evanescente de todo. Pero hay que vivir y eso significa llenar lo que está desprovisto de sentido de algo que lo simule. Todo menos escuchar el silencio en nuestro ser, en el universo. Envidio a los que pueden llenarlo de música, de risa, de acción, de poesía.

    Me ha encantado el texto de Cernuda.

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