17 mayo, 2015

En mi favor.

¿Qué podría alabar de mí mismo como profesor?

Creo que soy ameno. Me aterra aburrir y estoy dispuesto a hacer lo que sea para evitarlo. En gran medida lo consigo. Eso no quiere decir que mantenga el interés todo el tiempo y con todos los alumnos, pero mi nota en esto es bastante superior al aprobado. Que existan clases amenas hace al alumnado más llevadera la aridez de la escuela.

Tengo buena relación con los alumnos. Soy accesible, tengo humor y conecto con ellos. De alguna manera me siento aún un poco adolescente y me encuentro a gusto con ello, estas simpatías son mutuas. Tengo algunas rarezas (que me convierten en algo menos convencional) y todo lo que sea salirse del uniforme de profesor los alumnos lo miran con simpatía. Mi accesibilidad lleva a que algunos me llamen por mi nombre en diminutivo. No me cabe duda de que esto nace del cariño pero me fastidia un poco. Pero también de una cierta condescendencia. Es fácil verme venir y eso me hace inofensivo,

No se muchas cosas de filosofía, pero algunas de las que sé las sé muy bien y las trasmito de modo eficaz. Sé relacionarlas con la vida y les dejo hablar a ellos. Esto les gusta y en algunos grupos se “pegan” por participar.

En relación con mis exámenes mis alumnos saben a qué atenerse. Creo que es importante que esto sea así. Nada peor que un profesor que no sabes qué es lo que pide. Tampoco soy tacaño con las notas. Pongo dieces. En este aspecto si peco de algo es de generoso.

Mi nota no es solo la del examen y está dividida en apartados. En esto soy muy trasparente. Cada alumno sabe qué nota tiene en cada apartado, incluyendo “participación” y “comportamiento”. Hay profesores que nunca dicen su nota, y aunque enseñan los exámenes corregidos, la nota final del boletín nace de un secreto arcano inescrutable.

Nunca pido más de lo que doy. Conozco profesores que les piden a los alumnos cosas que no han explicado. Alguna compañera me pidió ayuda una vez que le ayudara a hacer un trabajo a su hija. El profesor les había entregado un texto largo de Kuhn. Eran diez páginas de las que yo solo entendí el cincuenta por ciento. Como compartía viaje en coche todos los días con esta compañera aproveché para explicarle las principales ideas de este autor e indicarle las líneas generales  de lo que podía ser el trabajo. La alumna, que era también muy lista y aplicada, sacó un diez. El profesor irá luego presumiendo de que sus alumnos leen a Kuhn y lo entienden. ¡Una porra! Con profesor particular en la sombra… ya se puede.

Corrijo la primera pregunta de todos los exámenes, luego la segunda, y así sucesivamente. Como no miro los nombres mientras corrijo, al final la nota es resultado de una suma. Esto tiene ventajas e inconvenientes, yo prefiero, en el caso de la nota del examen, ser lo más objetivo posible. Y este me parece el procedimiento más objetivo.


Alguna vez percibo en los alumnos miedo a determinados profesores, como si su nota fuera arbitraria y su poder incuestionable. No creo que mis alumnos me perciban así a mí. Aunque quizás me equivoque. 

1 comentario:

  1. Bueno, es tu fórmula de ser profesor, "tu librillo". Para ti ha servido y crees que es una forma honesta de ser profesor. No tengo nada que decir. Yo encarno un profesor que ha sido en muchos sentidos muy diferente a lo que expones y también estimo que ha sido válido. Digamos que quieres ser previsible y yo he pretendido, cuando era profesor en realidad, ser imprevisible.

    En el colegio de mi hija mayor, son frecuentes las cuestiones que se les preguntan que no han sido explicadas. Se presupone en un alumno de bachillerato un nivel de curiosidad y de interés que le debería llevar a ir más allá de lo estrictamente académico: lectura de prensa, TED, programas científicos, intereses personales. Son exámenes desconcertantes que les exponen no a lo que se supone sabido sino a lo desconocido, a lo no previsto para lo que han de poner en marcha sus neuronas. Probablemente sea el mejor colegio de Cataluña y hay muchas deserciones que no pueden seguir la dinámica de esta escuela. Más de sesenta o setenta por ciento abandonan la escuela desde la preescolar a bachillerato. El que lo logra soportar tiene en su haber unos conocimientos que le sirven para lo conocido pero también para lo desconocido, para aquello que habrá de suponer una intensa dialéctica con el conocimiento. Digamos que enseñan a pensar, algo que no solemos hacer nosotros cuando solo les preparamos para un examen facilito que resuma estrictamente lo que hemos explicado punto por punto. No hay duda de que los alumnos convencionales prefieren este sistema, pero en la vida que les espera, estarán sometidos a retos en que habrán de enfrentarse a lo no previsto. Yo he ido evolucionando de ser un profesor bastante imprevisible cuando daba BUP y COU a ser un profesor fácilmente previsible en la ESO, aunque siempre estimo que el buen alumno es el que es capaz de ir algo más allá de lo que he planteado, pero cada vez me encuentro menos este caso. La imaginación unida a la inteligencia es una combinación que no suelo disfrutar. Mis clases siempre aspiran a tener un subtexto más allá de lo expuesto en clase.

    Ya ves modelos distintos, enfoques radicalmente diferentes. Tú buscas la comodidad en todos los sentidos y yo he buscado (cuando podía) someterme a un desafío conceptual a mí mismo y a la vez a mis alumnos. No cabe duda de que tú has triunfado y yo no. Eres un profesor adecuado para este tiempo y yo no. Por eso, me piro, vampiro jajajajjajajajaja.

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