Final de trimestre.
El final del trimestre es agotador. Tienes que hacer los
últimos exámenes, hacer cómputos totales de calificaciones (uso hojas de
cálculo, pero tengo que construir las fórmulas, modificarlas expresamente para
algunos alumnos que en lugar de cuatro notas tienen tres, decidir si al final
determina ejercicio contará como un punto en la nota global o como medio, en
fin, muchas cositas), asistir a las sesiones de evaluación, (cuatro tardes me
tocaba ir esta vez, aunque me escapé de una), decidir si suspendes al final a
Fulanito o a Menganito (a veces te duele el disgusto que le darás si al final
si tu pulgar cae hacia abajo)…
Ver plasmado en un papel, de un modo pobre y “muerto”, lo
que los alumnos aprendieron tras un montón de clases que diste entusiasmado te
agota vitalmente. Tomas conciencia un año más de que no eres buen profesor, al
menos no tan bueno como tú querrías. De que la educación es algo anquilosado,
burocrático, “cumplir y mentir”, fingir que se aprende, aprobar exámenes,
fingir que se enseñar, cubrir el expediente… Si no estudian, porque no estudian (y nos quejamos) y por el contrario, cuando los chicos, haciendo grandes esfuerzos, se estudian de memoria frases
que sabes que no sabrían explicar también te sientes decepcionado. O te
consuelas pensando que no han perdido el tiempo, que memorizando cosas también
van interiorizando el lenguaje, el modo de redactar… que aunque olviden los
datos concretos quedan los conceptos de fondo…
Y te agota ver a tus compañeros en las evaluaciones,
comportarse también como alumnos díscolos que hablan entre ellos y se distraen
mientras el tutor se esfuerza por hacerse una idea de por qué estos chicos
sacan las notas que sacan. Y te agota escuchar, cuando hablan en voz alta y para todos, las minucias tontas que cuentan de los alumnos, como si fueran lo más importante del mundo. O la
importancia que le dan a cosas que a ti te parecen menores. Y te desanima que
algunos vayan allí a pasar el rato, a cumplir y a cotillear con los compañeros.
Y te hunde que algunos hablen de los alumnos con tanto conocimiento de causa,
cuando tú puedes decir poco más que las notas que sacó en tus exámenes. Y otras veces eres tú el que te llevas exámenes y corriges allí mismo, mientras otros evalúan y con media oreja puesta para cumplir y mentir.
Y mientras unos son mejores profesores que tú, más
dedicados, más trabajadores, más eficientes y eficaces enseñando, otros son
claramente peores y todos ganaríamos si no estuvieran. Y te conformas con
pensar que estás por encima de la media.
Solo al final del trimestre me doy cuenta de que he sido un
pésimo tutor. Que las anotaciones que tomé en la evaluación pasada sobre mis
tutorandos no las había vuelto a mirar hasta ahora. Que solo he atendido
realmente a los cinco padres que vinieron a hablar conmigo. A esos sí, a esos
los atendí con todas la atención posible.
Llevo más de 25 años en esto y creo que ahora podría empezar
a hacerlo mejor. Y al escribi esto se que es mentira porque este año no lo he
hecho mejor que el año anterior. O quizás sí. Quizás en unos aspectos sí y en
otro no. Pero soy como soy y tengo metido el “Cesar o nada” en mi actitud ante
la vida. Y muy pocas veces creo que merezco un diez y por eso, la mayoría, creo
que merezco un cero. Un final de trimestre es agotador.
Una visión de ti mismo implacable, muy dura. Probablemente si nos contemplamos con dureza todos podríamos decir algo semejante. Yo no soy mucho mejor. Eso sí utilizo herramientas para las notas que las simplifican completamente y hacer promedios de todo tipo me lleva escasos minutos por no decir segundos. Eso teniendo en cuenta que en mi materia de lengua he utilizado 38 notas para esta evaluación. En cuanto a si somos capaces de enseñar y cómo lo hacemos probablemente no obtendríamos muy buena nota. Luego hay algunos que te recuerdan bien y otros no tan bien. Nadie es perfecto.
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