17 julio, 2007

PEQUEÑA VENGANZA

A los 20 años tuve una depresión. Creo que algún día os lo conté. Ahora todo el mundo las conoce pero mis padres y yo nos enterábamos entonces de existía algo así.

Mi padre que siempre ha sido un guasón seguro que sufrió mucho con aquello pero otros ratos intentaba consolarse como podía. Y siempre se le ha dado bien hacer versos, de manera que un día, que debió verme de mejor humor, me lo soltó. “A un muchacho tan jovial, le entró la angustia vital.” Ya sé que es un pareado y que estos no tienen mucho mérito. Mi padre ha hecho poemas mejores.

Pero lo que quería contaros fue mi venganza. Pasados venticinco años (¿alguien duda que la venganza es un plato que se toma frío?) mi padre atravesó una fase hipocondríaca.
Como tenía problemas con la tensión y le habían recetado las medicinas correspondientes, se compró un maquinita de esas caseras que sirven para controlarla. Maldita la hora en que mi hermano médico le explicó que a veces una sóla vez puede ser engañosa. No sé para qué se lo contó. Lo usaba después de cada comida, mañana, tarde y noche. Y en cada ocasión no le bastaba en un brazo, probaba dos veces en cada uno y al final sacaba la media de todos los resultados para que fuera más fiable.

Además si tenía una pequeña discusión con mi madre, sabiendo que esto influye, en seguida se iba a por la maquinita para que ésta diera muestras objetivas de cómo se le había alterado el organismo. Mi madre se ponía negra nada más que lo veía arremangarse el brazo.

Fue entonces cuando se me ocurrieron los versos con los que acabo este “post”. Hace poco se los recité y le hicieron mucha gracia.

“Se la mide,
Se la mide,
Se la mide todo el rato.
De tanto que se la mide
va a romper el aparato.”

No sé en qué estarían pensando las musas cuando me los inspiraron.

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